La exposición que se inaugurará en la galería Fernández-Braso de Madrid el próximo 6 de marzo, ¿qué similitudes tiene con la recientemente presentada en el IVAM de Valencia?
¿Cuáles son las razones que te han llevado a exponer en Madrid esta versión reducida de esa exposición?
La exposición en el IVAM fue una exposición retrospectiva, desde 1957 hasta 20013, pero diferente a otras exposiciones retrospectivas que se han realizado sobre mí. Y fue diferente por el espacio. Se me dio una enorme sala, bellísima, pero donde no era fácil meter mis obras realistas sin romper la armonía del conjunto. En la rueda de prensa de la exposición comenté al respecto que, para incluir toda mi evolución habría necesitado dos o tres salas más. Tomé la decisión —frente a la problemática del espacio— de reducir la exposición a solo la abstracción. Era una nueva forma de mirar mi trabajo, de profundizar en esa dimensión de mi pintura. Suele ocurrir que mi obra testimonial, al ser escultórica y realista, llama más la atención por tratarse de una obra necesariamente más literaria, y quizá se pierda, sin el espacio necesario, la coherencia secuencial. Son 60 años de trabajo, de un trabajo realizado en un país que lucha por alcanzar la libertad, por salir de la pobreza, por modernizarse e incorporarse de nuevo a Europa. Circunstancias que quedaron grabadas en mi obra: demasiado camino para un solo espacio.
En la exposición del IVAM había varias obras que nunca se han expuesto en Madrid. Mi exposición en Fernández-Braso me daba la oportunidad de exponerlos, repitiendo la idea del IVAM. El título de la exposición: “Las abstracciones de Canogar” es, creo yo, muy elocuente. He traído abstracciones pero que responden a momentos diferentes de mi obra y mis circunstancias. Las abstracciones de un artista de la generación de los cincuenta, pero que ha querido, sin perder su identidad generacional, mantener una puntualidad estética.
Revisando tu larga trayectoria, advertimos que el peso de lo figurativo en relación a lo abstracto es significativamente inferior, por lo menos en apariencia. ¿Cómo explicarías esta descompensación? Y por otra parte, ¿hasta qué punto está vinculada tu obra abstracta a la realidad que nos rodea?
He manifestado muchas veces el impacto que produjo en mi la abstracción informalista que conocí en mi primer viaje a Paris, a mis 17 o 18 años. Mi arrebato fue enorme, y encontraba, en sus teorías, la solución a planteamientos tanto plásticos como éticos. En mi discurso de entrada en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, definía el informalismo como la expresión de la libertad, de lo irrepetible y único, realizado con una caligrafía directa y espontánea. Obras eminentemente intuitivas y pasionales, realizadas con la urgencia que el tiempo, la edad y las teorías reclamaban. Mi abstracción informalista fue, para mí, algo sustancial y místico, autoafirmación y autorrealización. Trabajé intensamente con esa acción vital de expresión, y aquí he traído algunas obras de esos momentos. Pero consecuentemente con esa toma de conciencia, no podía aceptar academizar mi lenguaje pictórico. No podemos repetir indefinidamente un desgarrado grito de libertad, sin academizar tus respuestas, fuera de tiempo y contexto.
Como a muchos otros artistas, tanto europeos como americanos, el informalismo dejó de ser insuficiente para comunicar y expresar la tensión de la realidad, de la nueva conciencia social y política que despertaba en el mundo. Y esta nueva conciencia me llevó hacia una nueva realidad, una nueva iconografía como testimonio de una lucha colectiva. La utilización de datos menos herméticos que la abstracción, como forma de comunicación con la sociedad. Y este segundo periodo, que nació por necesidades expresivas, duró su tiempo; su tiempo vital, hasta 1975, cuando se termina un periodo socio-político y nace el gran proyecto de la España democrática, que me permite volver a la abstracción, que no al informalismo.
De alguna forma, tanto el informalismo como el realismo fueron lenguajes de una rebeldía profundamente sentida, en sintonía con la realidad de mi entorno. Esa realidad cambió drásticamente con el paso del tiempo y por las circunstancias históricas, que una vez superadas me permitió nuevos planteamientos, ya sin la tensión de la obligación moral de dejar tu testimonio.
La exposición recorrerá tus diferentes etapas abstractas desde 1957 hasta la actualidad.
¿Cuántas etapas abstractas diferenciarías en tu trayectoria y en qué se distinguen?
He sido un artista que ha cambiado, que ha evolucionado, sí, pero menos de lo que se cree o se dice. A veces me sorprende, cuando veo reproducido un cuadro realizado como estudiante de pintura, de mis 16 o 17 años, que lo mencionen como mi primera época. Pues no, es un cuadro de mi formación como artista, y nada más que eso.
Después de 1975, con mi vuelta a la abstracción, mi pintura va cambiando, pero no tanto como para llamarlas etapas o periodos. Sí es cierto que, dentro de la abstracción, o entre momentos de total abstracción, aparece un periodo donde la representación del hombre aparece esquemáticamente como recuperación de la memoria, de la vanguardia histórica. La representación del hombre como signo plástico, como estructura o percha donde colgar la pintura. Permitidme que reproduzca unas líneas de Calvo Serraller, que tomo de su texto para el catálogo del IVAM, y que está en esa línea: “Cuando se contempla retrospectivamente la obra que ahora realiza Rafael Canogar, después de dejar tras de sí una trayectoria que se dilata ya más de medio siglo…,no solo se siente admiración por lo mucho y bueno realizado en esta labor sin desmayo, sino un cierto vértigo al hallar en lo que ahora pinta, como en un compendio revelador, los trazos de lo que ha hecho casi desde que empezó hacerlo”.
Tus sucesivas etapas abstractas han explorado casi todas las posibilidades plásticas que ofrece la pintura. Del gesto a la geometría, de obras saturadas de materia y texturas a otras más esenciales y minimalistas. ¿Qué aspectos han propiciado tu paso de un estilo a otro?, ¿los puramente plásticos, los personales o ambos?
Yo creo que, fundamentalmente, en mi pintura siempre han estado presente fuerzas contrarias, lucha de contrarios. También una estructura formal, de equilibrio, donde la materia, o si se quiere, la huella del artista sobre la materia, es fundamental. Lo que no ha sido nunca es geométrica. Si alguna vez aparecen ciertas formas de composición más formal, nunca geométricas, han sido como expresión de contención de lo expresivo, de la materia, del gesto.
Tu primera exposición fue en Madrid, en 1954, por lo tanto se van a cumplir 60 años de aquella fecha. Desde esta perspectiva, se advierte un progresivo alejamiento de lo que al principio fue calificado (y de alguna forma alabado) como “rasgos propiamente españoles”. Esto es, cierto tenebrismo, tendencia gestual, sobriedad, paleta reducida al blanco y al negro. Si a esto le sumamos los temas vinculados a la política nacional de aquellos años, el vínculo con lo propiamente español era evidente, pero ¿hasta qué punto fue premeditada esa evolución hacia un lenguaje más europeo, más internacional? Por otra parte, ¿qué singularidades propias de la cultura española podemos encontrar en tus obras actuales?, si es que las hay.
No podemos hablar de premeditado, sencillamente ha ocurrido así. El artista no es solo artista, también se es ciudadano, individuo que vive en sociedad y sus circunstancias. “… Son las necesidades culturales de su sociedad por las que el artista se expresa”, dijo el poeta norteamericano Frank O’Hara. La sociedad actual poco tiene que ver con la de los años 50, o los 70, tenemos otras inquietudes y otros marcos referenciales. Y mi obra actual quiere ser respuesta a las nuevas premisas e inquietudes. Yo quiero rescatar el espacio de la pintura, recuperar su dimensión poética y metafórica, su capacidad de ilusionarnos, de enamorarnos, de vibrar de nuevo con el espacio de la pintura, de la buena pintura y de su capacidad de comunicación, ¡nada más!, y ¡nada menos!
Busco recuperar el espíritu que inspiró mi primera obra, con una pintura que ni idealiza la naturaleza ni la reproduce como mero fragmento, sino que se concibe como proceso. Morfogénesis, la naturaleza como un todo sublime. Una pintura desnuda, sin concesiones ni guiños, una pintura radical y esencial donde dejar rastro de la intensidad metafórica de la superficie pictórica, “reinventar la pintura”, como lo he definido en otras ocasiones, y que es mi respuesta al laberinto creativo de hoy, por un artista de la generación de los cincuenta.